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Foto del escritorMarc Ferrán

La ruta, un prisma valenciano de desfase y humanidad

La nueva serie de Atresplayer atrae al espectador a través de su contexto musical y narcótico y lo atrapa con su historia



Marc Ferran. Castelló


«Pero no os vayáis todavía, que aquí ahora sacan paellas». Puede que, de primeras, la frase no diga mucho, pero lo cierto es que define a la perfección una época de luces y sombras, de esplendor cultural y musical y de ocaso narcótico en la Comunitat Valenciana. La línea corresponde al personaje de Claudia Salas, Toni, en el segundo episodio de la nueva serie de Atresplayer, La ruta, que argumenta en la Ruta del Bakalao y la Valencia de los años 80 y 90 un viaje psicodélico, rural e introspectivo.


La Ruta Destroy fue uno de los grandes movimientos culturales de la época inmediatamente posfranquista. Más que cultural, podría hablarse de ello como contracultural, contrario a las barreras de la época. Hasta ese momento, no se había visto una peregrinación tal hacia las discotecas y los clubes nocturnos, donde podían pasar hasta 72 horas de fiesta ininterrumpida, de ahí aquello de las paellas. La Ruta comenzó a sonar en 1982 y se extendió, en una espiral cada vez más decadente, masificada y señalada por las autoridades, hasta el inicio de los 90.


Precisamente ahí, en 1993, La ruta nos presenta a un grupo de amigos que ha crecido junto a las salas de fiesta. Marc Ribó (Àlex Monner) es un disc jockey de éxito en la comarca y le llega la oportunidad de dar el salto a la, por entonces, nueva catedral del ocio, Ibiza. Sento (Ricardo Gómez) lleva años haciéndose un nombre en la noche y destaca como empresario de la fiesta y productor musical. Toni (Claudia Salas) y Núria (Elisabet Cánovas) encarnan la actitud de la época y acompañan a Marc y Sento de sala en sala. No obstante, ellas son más de quedarse bailando en la pista, lo que se refleja de inmediato en el espectador.


Marc Ribó (Àlex Monner) es un disc jockey de éxito en la comarca. LAIA LLUCH / Sensacine


La estructura narrativa: De fin a principio

De la mano de Borja Soler y Roberto Martín Maiztegui, la ficción apuesta por una estructura narrativa diferente. Como se comenta anteriormente, la acción nos suelta en 1993, el final de la Ruta, y realiza una regresión hasta sus inicios de la mano del grupo de amigos. Ahí es donde todo cobra sentido y la Valencia makinera supone el escenario de una historia más profunda, de relaciones amorosas y familiares. En el primer capítulo, la apuesta cojea porque la audiencia no se ha familiarizado aún con los protagonistas, pero el segundo saca a bailar al espectador y ya no lo suelta hasta el final.


En La ruta, la historia es de los personajes y no al revés. La ficción relata en sentido inverso los años de la Ruta del Bakalao a través de las vivencias del grupo de amigos y ahonda en la oscuridad de Marc, cuyo hermano fallecido (Guillem Barbosa) también se dedicaba a pinchar. Esta situación sirve de pretexto para enseñar los diferentes estilos del circuito de ocio a lo largo de su corta vida. Asimismo, cada uno de los ocho capítulos que componen la primera temporada, de unos 50 minutos, retrocede dos años en el tiempo y lleva el nombre de la discoteca más notoria del momento, donde ocurre la acción. Como si de un homenaje se tratara, se hace mención a las discotecas Puzzle, N.O.D, Actv o Espiral.


El segundo capítulo saca a bailar al espectador y ya no lo suelta hasta el final


La serie se estrenó acertadamente con un doble episodio el pasado 13 de noviembre. En Puzzle, el primer capítulo, el espectador se pierde entre las luces estroboscópicas, la música estridente, la cocaína y la mezcla de historias, que se abalanzan sobre él. Sin embargo, en N.O.D., segunda pieza de la ficción, la audiencia queda prendada de un relato redondo, la historia de Toni. El personaje de Claudia Salas, enamorado de la fiesta, atraviesa un viaje que termina en una inesperada reconciliación.


La ficción consigue inspirar la estética noventera en todas sus facetas. LAIA LLUCH / Sensacine


Música, fotografía y valencianismo

La ruta termina de explotar en su segundo capítulo. La fotografía y la banda sonora de la serie amagan con aparecer en el episodio de estreno y se despliegan en todo su esplendor después. La ficción consigue inspirar la estética noventera en todas sus facetas: la moda, los peinados, los coches y hasta los hogares. Todo ello dispuesto en el impasible escenario de la huerta valenciana, que merece mención especial, y salpicado por la música de la época, con emblemas como Dunne o Ximo Bayo.


La Ruta era «vanguardia en un entorno rural», dice Núria en el primer episodio


La ficción llega especialmente al corazón de los valencianos. La parte final del segundo capítulo es una oda a la tradición rural valenciana. El escenario, una alquería en domingo perfectamente representada, sirve para cerrar el círculo de la serie con su contexto y reivindica el escondido papel familiar de la época. Asimismo, una buena parte del guión de la serie está escrito en valenciano, aspecto que también ayuda a conocer cómo se hablaba verdaderamente en la época, con las clásicas coletillas valencianas que sacarán una sonrisa a la audiencia.


En definitiva, La ruta entra por los ojos y los oídos primero, pero una vez su historia enciende el motor se funde con el espectador en una conexión total. El contexto formal no es sólo eso, sino que atraviesa e incide en las emociones de los personajes mediante la dirección de cámara de Soler. Asimismo, el perfeccionado guión consigue aunar los estímulos exteriores y los sentimientos interiores en un viaje imparable de desfase y humanidad.


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